jueves, 6 de septiembre de 2012

Porteñadas

A la distancia, no sé si todo puede verse mejor, ciertamente que distinto, con una perspectiva opuesta a la que esa percepción desde Buenos Aires, una ciudad que amo (creo que literalmente) aunque tan a destiempo y fuera de tono en casi todos los terrenos. No sólo de la política.

Aunque especialmente de la política.


Una persona, hace unos años, reflexionó acerca del fenómeno Néstor, de las razones acerca de la cuales un dirigente desconocido que venía del culo de la Patria (escrito con respecto a Kirchner y a su Gallegos amado, donde descansa, esperemos que en paz, Flaco querido) había podido en tan poco tiempo cambiar el país abyecto con el que se había encontrado al asumir.

Y la sabia reflexión radicaba en que precisamente Néstor había logrado lo que consiguió (para gloria de la Patria y de la región sudamericana) precisamente porque su participación había sido, precisamente, en el culo de Patria, lejos de Buenos Aires, comarca hecha a medida por los contrabandistas que la forjaron, muchos años atrás.

Que el genio de Kirchner estaba dado en su condición periférica, en el desconocimiento y (feliz) ineptitud en el andamiaje de palacios más o menos patéticos que tanto abundan por Buenos Aires: en suma, porque le eran ajenos los modos, la formación, los temas de Buenos Aires y de los porteños, capitalinos según la peyorativa denominación del Flaco en vida.

Este introito viene a cuento de lo lastimoso que es asistir a miles de kilómetros de distancia, en un lugar en el que (de alguna manera) se forja la riqueza que en Buenos Aires se (mal) gasta, a las discusiones que aquí y allá se suscitan por mi pago de una nimiedad indigna de este tiempo que invita a otro tipo de debates.

La cadena nacional, por ejemplo.

Parafraseando a don Alejandro Dolina, perder un minuto de la corta vida de uno argumentando (en pos, en contra) acerca de la cadena nacional, equivale a emprender un debate sobre el recorrido de la línea 168 de colectivos.

Y se discute sobre la cadena nacional en Buenos Aires y cuando uno, con porteña boludez, quiere saber qué se piensa por esta tierra cuyana acerca de la cadena nacional, se nos mira de soslayo y se murmura que temas como esos son poteñadas.

Digna de una ciudad de gente indignada por su opulencia, ahítos de idiotez. Condignamente gobernados, por un elenco opulento e idiota.

Ahora, parece ser Fito Páez el tema que convoca a la indignación monigota.

Como viene siendo el precio y la inaccesibilidad para la compra de dólares, que viene a poner sensatez al capitalismo argentino que debe regirse por la moneda argentina. Así de fácil.

Y uno escucha desde Cuyo (porque es más fácil saber qué temperatura y humedad hacen en Buenos Aires que la que se registra en San Juan) a televidentes indignados porque tendrán que pagar más si quieren veranear el Punta del Este, la Barra de Tijuca o darse un paseo por París, sin detenerse en que precisamente por querer acceder a destinos de privilegio, deben en consecuencia.

Porque hay un gobierno (reelecto por un 54% de pelotudos como el que escribe) que privilegia el sustento de millones que en mayo de 2003 eran la nada misma y hoy, ellos, ellas, hijos, nietos y demases, tienen alguito que los acerca a la condición de consumidores (puesto que de eso se trata), que fueron incluidos al sistema capitalista por un matrimonio que sólo con insensatez porteña puede ser calificado de comunista, al consumo de un puñado de argentinos en destinos exóticos o muy por encima de sus reales posibilidades.

Para dejar atrás, a la vez que aquellas injusticias, la irrealidad de los contingentes de argentino (que tan bien nos hicieron quedar siempre a todos) por todos los rincones de mundo; turistas criollos a quienes nunca les llamó la atención que no hubieran (ni los hay ahora) contingentes de los vecinos del Brasil que vienen siendo la sexta potencia del mundo.

Porque Brasil, gobierne quien gobierne, no se ha solazado en la concreción de ninguna fantasía tilinga.

Sin embargo, podrán viajar adonde quieran los argentinos, con la natural condición de contar con el dinero necesario para hacerlo y tener sus impuestos al día, por caso.

Vuelvo al principio y espero que se empiece a debatir en serio, que se discutan sobre los temas que deben discutirse desde un disenso razonado y sensato.

Que no se caiga en la tentación monigota, como se lo ha escuchado a ese dirigente honesto, lúcido e inteligente que preside el Comité Nacional de la UCR, al plantear sus objeciones a la reforma electoral que impulsa el sector oficialista que propone habilitar el voto de las personas de 16 años de edad.

Tal vez a caballo de cierto coqueteo con el líder monigote, Barletta se opuso desde una consideración no sólo absurda, sino antagónica a los principios de (un sector), del partido que preside: decir que era un desatino proponer que un chico que hoy tiene doce años podría votar para Presidente dentro de cuatro; sin pensar que quienes hoy tienen catorce, según la ley actual estarán en esa condición.

Que la urgencia por oponerse al proyecto del gobierno nacional no los lleve a reaccionar espasmódicamente contra toda medida que se proponga sin reflexionar en el sentido de la propuesta, y la congruencia de tal medida con los principios de (en este caso) la UCR.


Por qué no correr al gobierno (si cabe) desde un costado más digno: por caso, proponer que el voto a partir de los 16 años sea obligatorio, argumento que aún no se ha escuchado y sería bueno debatir con los gestores de la propuesta.

Que no se sacrifiquen esos valores (ni se asesine al sentido del ridículo) para contento de seis, siete, ocho caceroleras que un par de noches atrás salieron a manifestar su repudio al uso presidencial de la cadena nacional.