viernes, 30 de julio de 2010

Infames traidores a la Patria.



Sé bien que la cuestión ha de interesarle a muy pocas personas además de quien escribe, pero en este caso a guisa del encuentro celebrado entre ciertos referentes de la oposición parlamentaria en la Sociedad Rural Argentina, tal como refleja la nota: “Pelea por el reparto de la torta que aún no llega” (http://www.pagina12.com.ar/diario/economia/2-150276-2010-07-28.html) volví a preguntarme acerca de cómo puedo sentirme radical, dado que por esas razones insondables del alma humana, sigue siendo la UCR mi Partido.

Cómo se hace para ser radical sin abjurar de creencias, convicciones, posturas políticas e ideológicas, pudor, incluso, cuando los presidentes de los bloques de Senadores y Diputados de mi Partido, participan de un acto tan indigno como ése o que los presenta de una manera tan indigna desde sus roles, cuanto desde la historia de ese Partido que lejos de representar, mancillan.

Parece que son (somos, debería escribir) taquilleros los radicales a los ojos de quienes quieren barrer con el –tenue, aunque incómodo- proceso político nacido en mayo de 2003, a cualquier costo.

Y esos radicales taquilleros, se humillan ante quienes los anfitriones de ese acto que los desprecian, dispuestos a someterse a todo tipo de humillación a fuer de suscitar el interés de esos emergentes corporativos que los desprecian y han despreciado desde siempre.

Me preguntaba el atractivo de coincidir con el peronista Rodríguez Saá para oponerse a la peronista Cristina Fernández; compartir una tribuna con un sujeto de la calaña del peronista Olmedo (el fascista, depredador de montes salteños, que la juega de provinciano inocentón para proponer las bajezas más obscenas) para combatir al peronista Kirchner.

Auparse con la Carrió, quien cada vez está más parecida a sí misma, con Pinedo, con Felipe Solá.

En fin, tal vez estén en lo cierto Morales y Aguad, tales los referentes de la UCR presentes en ese acto infame y yo sea un infiltrado kirchnerista o un agente del zurdaje mal orientado al seguir empadronado en el Partido de Yrigoyen, Illia y Alfonsín, los tres, denostados y combatidos por la entidad anfitriona de ese evento que, creo que ya lo asenté, considero deleznable.

Charla, amenizada por Joaquín Morales Solá, consagrado “Mejor Periodista Argentino” de 2009, elegido por un Tribunal integrado entre otras eminencias, por la bailarina hot de suerte esquiva en la troupe de Marcelo Tinelli, Nina Peloso de Castels.

Hablaba de Carrió, que en esa ocasión convocó al “constitucionalista” Daniel Sabsay, quien ilustró a una audiencia ávida de conceptos como el que se transcribe en la nota que firma F. Krakowiak en la edición de Página/12: “Sabsay fue el encargado de explicar por qué el próximo 24 de agosto, cuando caduquen las facultades delegadas que habilitan al Ejecutivo a fijar las retenciones, estas alícuotas desaparecerían automáticamente, aunque la oposición no logre consensuar un proyecto alternativo. Esa interpretación es polémica, pero Sabsay la presentó como un dato incuestionable e incluso dijo que si el Gobierno desconoce la situación, le podría caber ‘la pena de los infames traidores a la patria’, prevista en el artículo 29 de la Carta Magna.”

Los incursos en tal afrenta a la Nación han de estar con las barbas en remojo, no sólo ante la evidencia de esa traición, demostrada por quien no sólo es un jurista de nota, sino que ante todo es un hombre honorable, de una integridad sin tachas, no por nada, acompaña a la Dra. Carrió.

Alguien que desde su honradez, impropia de estos tiempos, sería incapaz de cobrar un jugoso emolumento mensual sin trabajar. De ser un “ñoqui”, digamos y arriesgo al azar, en el Consejo de la Magistratura de la Ciudad de Buenos Aires.

Porque en ese caso, no podría considerarlo como el prohombre que es, digno de dar ejemplo y cátedra a los políticos que lo convocan y escuchan, en el marco de la gesta indispensable de acabar con la dictadura infamante que asuela estas pampas, hecha de corruptos que viven del Estado.

En caso de que ese constitucionalista de nota, ese prócer vivo, el Dr. Sabsay, cobrase un sueldo sin trabajar, tal como –mediante un ejercicio de imaginación- deslicé líneas arriba, lo consideraría un canalla, un depredador del Estado y a su vez un hipócrita que censura prácticas corruptas, cuando vive de ella.

Lo consideraría, parafraseándolo, un infame traidor a la Patria.

viernes, 23 de julio de 2010

Feinmann y el peronismo (el peronismo, siempre el peronismo)



Pese a haber leído con puntualidad las entregas dominicales de José Pablo Feinmann acerca del peronismo durante tres largos años me rendí a la tentación de comprar el primer tomo de: “Peronismo. Filosofía política de una persistencia argentina”.

El trabajo –enjundioso, sólido, muy personal- está hecho de análisis discutibles aunque inapelables desde la honestidad intelectual del autor, a quien se lo quiere y respeta mucho en este blog. Queda claro que la vida del autor ha sido atravesada, sino decidida, por ese movimiento fascinante que ha sido, y sigue siendo, el peronismo.

Pretende Feinmann explicar al peronismo desde la traducción de la propuesta de los sectores reformistas o revolucionarios de los ’70 en su marco, cuyos militantes fueron sujetos a una implacable demonización a partir de la salida de Cámpora de su fugaz Presidencia en julio de 1973, hasta la llegada de Néstor Kirchner en mayo de 2003, por esos avatares de la Historia, a 30 años exactos del inicio de aquel breve mandato.

Hemos tratado en este espacio sobre la revalorización –progresiva, gradual- de aquella militancia de los años ’70 a partir de las propuestas cinematográficas que repasaron la brutal tragedia argentina del terrorismo de Estado. Ha sido una entrada larga, a la que me remito (24), aunque la convoco, en la medida que el trabajo de Feinmann expresa esa corriente reivindicativa.

Pocos años antes, en 2008 para ser puntual, Horacio González en su complejísimo: “Perón, retazos de una vida”, se ocupa del tema, aunque con un estilo, sino más elegante o distante que Feinmann, que elude la confrontación directa, estilo del segundo.

Por caso, ambos se ocupan de dar respuesta a las “verdades” instaladas sobre el peronismo desde el “alfonsinismo cultural”: pergeñado por ciertos intelectuales que en esos años, nucleados en el “Club de Cultura Socialista”, en el “Grupo Esmeralda” y afines, denostaron al peronismo y en particular al sector que a partir de la caída de Perón en 1955, encontraron en ese espacio el campo fértil para la edificación de una alternativa superadora del movimiento nacido en octubre de 1945.

En efecto, tengo para mí que la integración al peronismo de esos sectores tradujo no sólo una alternativa traumática resistida incluso por el líder y fundador de ese movimiento, sino que ha complejizado esa expresión política, a punto tal, que supo servir de herramienta para proponer, justificar y ejecutar desde su matriz las propuestas más inverosímilmente antagónicas.

Es tan cierto que bajo sus banderas pudo gestarse el movimiento revolucionario de masas más populoso del que se tenga registro en la región, como que desde su seno e incluso con el aval de su conductor (cuestión que trata, con ánimo atormentado Feinmann en el trabajo que se comenta) se pergeñó una represión definitiva a los militantes de tal alternativa.

El trabajo de Feinmann, cuyo eje en mi mirada, está constituido por la paradoja expresada en el párrafo anterior, propone una refutación a los paradigmas instalados por los ideólogos del radicalismo de los ’80.

Recuérdese al respecto, que el presidente Alfonsín –y en especial el sector más conservador de su Partido, que mucho hizo por el fracaso de su Presidencia- tenían hacia la militancia de los ’70 (en particular a su brazo armado) un rechazo parejo del tributado a los terroristas de Estado.

De hecho, Alfonsín impulsó simultáneamente el proceso a los integrantes de las tres juntas militares de esa dictadura militar y el juzgamiento de los cabecillas de las organizaciones armadas “Montoneros” y “ERP”, decisión que determinó, entre otras consecuencias, la detención de Mario E. Firmenich, líder de la primera.

Más allá de la aversión política y personal que tengo por ese sujeto, mirada retrospectivamente, quizás con injusticia, critico la medida de Alfonsín, decidida al calor de la denominada: “Teoría de los dos demonios”, acuñada por esa administración y recogida por el grueso de la intelectualidad política y la sociedad civil de esos años, por cuanto, más allá de la prisión del sujeto abyecto mencionado, otros militantes de esas organizaciones fueron sometidos a la persecución judicial del Estado democrático de derecho, perpetuando un exilio nacido como consecuencia de otra persecución –aunque ilegal- igualmente estatal.

La problemática que presenta el tema, desde el esfuerzo que me ha significado elaborar la rudimentaria reflexión anterior, viene a ratificar mi consideración acerca de la factura del trabajo de Feinmann, quien –se ha dicho y no eludo más el asunto- confronta en ese trance con los ideólogos afines a la propuesta de Raúl Alfonsín, a quienes el autor del libro que tengo entre manos categoriza con un término utilizado en este espacio, en el marco de una saga incompleta.

Los define como “Gorilas 84”: “es el gorila radical, o, más precisamente, el gorila alfonsinista. Algo que desmerece al propio Alfonsín, que nunca fue un político fervoroso en su antiperonismo. Tal vez por ser un político. Tal vez eso haya posibilitado que –en sus hazañas posteriores a sus méritos de los dos primeros años de gestión- haya protagonizado el turbio ‘Pacto de Olivos’ con Menem, la ‘mancha venenosa’” (de la obra citada, p. 45).

Esos “gorilas” venían a celebrar la derrota del peronismo como definitiva, instalando un relato histórico de ese movimiento sino antagónico, refractario a la construcción superadora que la democracia alfonsinista proponía: de allí –seguimos a Feinmann- la proliferación de ensayos, trabajos de investigación, artículos y biografías cimentadas sobre el resalto del cariz autoritario y populista del peronismo, a contramano de los aires que se respiraban.

A ello se sumaba la experiencia de los años ’70 traducida, según Feinmann, como “el malentendido” de quienes ante la evidencia de la experiencia vivida durante los años ’50, se constituyeron en una “generación que marchaba alegremente al desastre”, en palabras de Tulio Halperín Donghi, en el marco de una anécdota de 1984, evocada por el autor. Como, según Feinmann eran años de derrota política y cultural, decidió no contradecir al veterano historiador.

En pocas palabras, el desafío encarado por Feinmann estaba dado por el imperativo de confrontar argumentos críticos al relato de aquellos que desde esa hegemonía cultural volvían a proponer al peronismo como el sumun de las taras y miserias de la república el cual, para colmo, había admitido la gestación y desarrollo en su seno de la organización insurgente de mayor predicamento en los años ’70; experiencia que la propuesta democrática alfonsinista, y precisamente por ello, antagónica, venía a superar.

La necesidad primordial del trabajo es expresamente destacada por el autor, particularidad en la que encuentro otro motivo para encomiarla. Aquellos intelectuales del alfonsinismo que 25 años atrás denostaban al peronismo, y en especial a la “generación del malentendido”, adecuan discursos e hipótesis para censurar al proyecto iniciado en mayo de 2003.

Dice Feinmann: “El Gorila 84 anda por todas partes. El gorilismo ha renacido en tiempos de Kirchner. Hay, incluso, un nuevo odio que había decrecido en épocas anteriores. Se odia el ‘setentismo’ de Kirchner. Su política de derechos humanos. Aquí está lleno de socialistas o de troskystas o de ex alfonsinistas que se desgarran las vestiduras por los treinta mil desaparecidos pero odian a la generación del setenta. Este país se empeña en ser difícil. Si tanto odian a la generación del setenta, acaso no debieran sufrir tanto por los desaparecidos. De acuerdo, son ustedes, buenas personas, son humanitarios y están en contra del horroroso terrorismo de Estado. Pero, ¡qué equivocada estaba esa generación! Y no se engañen, eh. Fueron ellos los masacrados. Los pibes de la Juventud Peronista. Los del Nacional Buenos Aires. Los que trabajaban en las villas. Los que alfabetizaban. Y si no, vayan al Parque de la Memoria. Miren los nombres, uno por uno. Miren las edades. Producen escalofríos: dieciséis, veintidós, veinticinco, diecinueve, catorce. Pero, ¡tan equivocados! Y sobre todo: tan ingenuos. Tan víctimas del ‘malentendido’” (o. cit. pp. 45/6).

He ahí una síntesis de las razones de Feinmann, mediante el estilo tan suyo de polemista punzante, ácido, agudo y –disensos valiosos al margen- cuesta refutar su vigencia, como dejar de resaltar la importancia de su lectura.

martes, 20 de julio de 2010

La última macrista.



Osvaldo Soriano ha venido siendo para mí, desde la lectura y relectura de su obra, un referente indispensable para comprender lo que ha sucedido en la Argentina de mediados de siglo XX hasta su muerte prematura en 1997, además de un deleite incomparable.

No por nada me hago conocer en este medio y otros, bajo el pseudónimo de Andrés Galván, sentido y austero homenaje al héroe que mejor trabajó, de la parejamente dulce y cruel novela “Cuarteles de Invierno”.

“Cuarteles…” propone una saga que, precedida por “No habrá más penas ni olvido” y sucedida por “Una sombra ya pronto serás” da cuenta de los vaivenes que nuestro sufrido país atravesó a partir de 1974: año durante el cual se desarrollan las secuencias de la primera de las obras que destaqué (llevada al cine por Héctor Olivera) reflejo –en clave sórdida y rocambolesca- de la interna que a sangre y fuego se libró en el seno del peronismo de los ’70.

La que tuvo por protagonistas a “La Voz de Oro del Tango”, tal el apelativo de Andrés Galván, cantor perseguido por la dictadura militar y a Rochita, boxeador en las últimas e imposible compinche, propuso un fresco de los años de plomo que sucedieron a aquel tercer peronismo también llevada al cine, en este caso por Lautaro Murúa.

La última, “Una sombra…”, refiere las andanzas de un ingeniero sin nombre y otros personajes de antología, que giraban en redondo en la pampa argentina durante los primeros años ’90, cuando el país se derrumbaba.

Al momento de estrenarse la versión de “Una sombra…”, una vez más a cargo de Héctor Olivera, me llamó la atención que el crítico de la revista “Humor” aludiese a “Barrantes” (personaje interpretado por Luis Brandoni) como “el último peronista”, uno de los tantos trashumantes que vagaban por esa pampa hostil en los tiempos de la muerte del “Estado de Bienestar”.

El pobre “Barrantes” le hacía saber al “ingeniero” que recorría los campos de la zona en busca de peones que quisieran bañarse: llevaba consigo para ello un ominoso artefacto de difícil transporte que consistía en una pequeña cisterna, coronada por una gran regadera, unidas por una manguera interminable que recubría todo el cuerpo del buscavidas.

Su andar errante lo sometía a solitarias y eternas caminatas que matizaba con monólogos, por todos, un relato ininterrumpido de lejanos partidos de fútbol, que interpretaba a la usanza de los relatores de esas épocas: “lleva la pelota Onega, cruza lesférico en dirección a Oscar Más, Pinino encara el área de gol, remaaaaataaaa al arco y sentencia al guardameta. Gooooolll de River Plate, Oscar Pinino Más. River Plate, uno, Racing Club de Avellaneda, cero…”.

“Barrantes” era, para el crítico de “Humor”, como dijimos, “el último peronista”, pretensión que infiero era la del autor de la novela: llevaba prendido a la solapa de su sobretodo un escudo peronista, trataba a sus interlocutores de “compañero” y vivía ese momento suyo de pena y de desgracia con una esperanza muchas veces incomprensible tan propia de, precisamente, los peronistas.

Esta mañana, a través del programa de Víctor Hugo Morales (ese profesional que mediante un decoroso y honrado ejercicio de su profesión viene a ratificar el preconcepto que tengo de los orientales en general) me enteré de la publicación de una columna de Beatriz Sarlo (“Un melodrama familiar” http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1286494) en la edición del 20/7/10 del diario “La Nación” generosa e indulgente hacia la figura y el momento que atraviesa Mauricio Macri, de quien con aspereza nos hemos ocupado en este espacio.

La columna es categórica desde el vamos: “Kirchner ha logrado el procesamiento de Mauricio Macri. Dentro de algunos años, cuando se recuerde este episodio de pormenores deleznables, se dirá que el ex presidente no despreció ningún arma personal, política, económica o judicial”. Sarlo, así, viene a refritar la cacareada propuesta de la omnipotencia del ex presidente, dueño de una voracidad política sin límites, ejercida sin piedad contra sus adversarios.

El juicio, por difundido, no merecería censura, en la medida que propone el sentimiento de un espectro importante de la sociedad, según parece o quiere hacerse parecer, en especial de ciertos referentes de la comunicación: ya confesó Mariano Grondona su “miedo” ante una eventual reelección de Kirchner en 2011; ya confió a los comensales que van a humillarse a su mesa de todos los mediodías una anciana arpía, mala actriz, entrevistadora imposible, que criticaba al gobierno de Cristina Fernández en lugares públicos entre bisbiseos, por temor a ser delatada.

Sin embargo, de una referente que se precia –y es apreciada- como una “intelectual”, uno espera algo más, que una columna que presenta al Jefe de Gobierno en problemas como una víctima doble de Kirchner y de su padre, Franco, ambos antipáticos ante la emergencia de quien los suceda en sus respectivos ámbitos, juicio con el cual cuesta disentir.

Al margen de ello, lo que me llamó la atención fue, por un lado, la desaprensión de Sarlo al pronunciamiento judicial que decidió confirmar el procesamiento por los graves delitos endilgados a Macri, y por el otro, presentarlo como un “hombre común”, ajeno al juego del poder, en mi mirada, con la aviesa intención de empatizar a los lectores de esa tribuna conservadora con la suerte del líder de pro.

Apenas me enteré de la boutade de Sarlo recordé a Soriano, a quien en vida, la flamante defensora del Jefe de Gobierno supo maltratar desde la cátedra de la Universidad de Buenos Aires, sometiendo a Soriano a un acto humillante en la Facultad de Filosofía y Letras.

La evocación del evento suscitó una áspera polémica en “Página/12”, en ocasión de cumplirse 10 años del fallecimiento del Gordo, cuando José Pablo Feinmann y Guillermo Saccomanno atendieron a la dama, quien concluyó la polémica alegando sentir “miedo” ante los embates de aquéllos.

Decía que a poco de confrontar sus argumentos con los hechos ventilados en el expediente penal en el que se lo investiga, como de apreciar las condignas reacciones del arco tan opositor a Macri como al abominado Néstor Kirchner, caen por su propio peso, limitándose a expresar una adhesión aunque decidida, desesperada y tardía.

Por capricho de la asociación, no puedo dejar de relacionar a Sarlo con Soriano, en especial con su logradísima: “Una sombra ya pronto serás” y hallar en estos días a la columnista del diario “La Nación” como “la última macrista”.

lunes, 19 de julio de 2010

La cuenta del otario.


Un querido amigo de imaginación prolífica y mirada política parejamente aguda, sabe decir que a la Ciudad de Buenos Aires la aqueja la “maldición de Carlos Grosso”, en alusión a aquel ambicioso y malogrado intendente de Buenos Aires antes de ser Ciudad Autónoma.

Tal gualicho viene manifestándose en la comprobación de que todos los sucesores de Grosso (de 1996 a la fecha) no han podido completar sus mandatos, fuera porque un cambio de empleo (De la Rúa en 1999) o por una destitución (Aníbal Ibarra en 2006) y según profetiza Alfonso, tal el amigo, la maldición cobrará vigencia en breve, cuando se interrumpa el mandato iniciado por Mauricio Macri a raíz de la sonada causa penal que avanza en su contra.

Quienes siguen los delirios que escribo en este espacio saben que quiero poco a Macri, por no decir nada: no comparto su ideología, me irrita su estilo, abomino –incluso- sus preferencias futbolísticas. Nada de lo que ha venido construyendo este muchacho ha concitado mi adhesión y esa tirria ha venido a subrayarse a lo largo de su (déjenme ser redundante) lamentable administración.

Cuitas y traumas al margen (esto en relación al desprecio que papá Franco le ha deparado desde siempre y ha venido a ratificar en estas horas) veo en Macri a un imbécil peligroso, combinación siniestra: carga con la impunidad del opa y –tal vez por esto mismo- es capaz de perpetrar los hechos más indecibles sin despeinarse.

Por caso, al enfrentar de modo destemplado, con un tonito burlón y otario a la vez (Macri ante todo, lo dije ya, es un otario) injuriaba a Sergio Burstein, quien inició la causa que lo tiene en vilo en razón de la ilegal intervención telefónica a su línea domiciliaria, para colmo, familiar de una víctima del atentado a la AMIA. Decía, con esa torpeza tan suya, Macri sobró al denunciante, preguntándole a su entrevistador retóricamente acerca de “cómo vive” esa persona, resaltando a su vez que la víctima por la cual se moviliza era su “ex” esposa.

Para que todo fuera peor, debió haber propuesto alguna broma antisemita, de lo que no estuvo lejos, siendo que la entrevista se desarrollaba en el set de Mauro Viale…

Anoche, en el tendencioso aunque eficaz “6-7-8”, Patán Ragendorfer, al aludir al reportaje, fue categóricamente certero al decir que tales expresiones corroboraban aquello de que la perversión es una provincia de la idiotez.

Lo concreto es que el personaje regresó al país y según vimos optó una vez más por la victimización, proponiendo que Néstor Kirchner controla a todos los jueces que intervinieron en la causa en la que se lo ha procesado.

Invitó a los dirigentes opositores a que se encolumnasen en su defensa, porque más pronto que tarde la persecución de la que se dice víctima podría alcanzarles, para proponer una vez más dislates en torno a la tramitación del expediente, lo que da cuenta una vez más de su impudor y audacia.

Felizmente, en punto a lo primero, parece que su llamado tendrá escaso eco, más allá de las fronteras de su partido (¿?) ma non troppo, puesto que dicen que dicen que unos cuantos dirigentes de pro evalúan el modo menos costoso de sacarse tamaño lastre de encima, estando (por todos) a lo que he leído recientemente de Pino Solanas y a lo escuchado anoche de boca de Elisa Carrió quien se pronunció con sensatez y equilibrio, de lo cual nos había desacostumbrado.

Por restante, un análisis de ojito del caso, ratifica el criterio de la Cámara que confirmó el procesamiento que un juez había dictado; digo: tres jueces –sin disidencia alguna- convinieron en que el sujeto resulta ser integrante de una asociación ilícita conformada, entre otros, por un comisario de la fuerza que él mismo creó y a quien designó al frente y de otros alcahuetes a sueldo para espiar la vida de ilustres y desconocidos.

En el mismísimo “sitio web” del personaje (http://www.mauriciomacri.com.ar/), se publica íntegro el pronunciamiento de la Cámara Federal, particularidad que me ha llamado la atención y que –aún confundido- me inclino a ponderar.

La lectura de ese decisorio a mi juicio desacredita toda sospecha acerca de la ligereza con la que se dijo han intervenido (de manera unánime, reitero) los jueces. Luego de repasar al detalle declaraciones testimoniales y otras probanzas incorporadas en el expediente concluyen en que:

“La fuerte vinculación (de Macri) con J. A. Palacios, la intromisión en datos privados de personas consideradas opositores políticos -a través de una empresa de seguridad a éste atribuida-, el nombramiento de C. James –un hombre de su equipo- con una alta remuneración en un área de la administración totalmente ajena a la seguridad, la total ausencia de contraprestación acreditada en esa área y, en oposición, su cercanía a la Policía Metropolitana, son elementos que consolidan la hipótesis de la querella –tal cual fue presentada- y que refutan –a esta altura de la investigación- la hipótesis de la defensa acerca de la ajenidad de su defendido respecto de los hechos pesquisados (…) No se postula que M. Macri montó una empresa de pinchaduras telefónicos para escuchar a su cuñado y a Burstein, sino que conoció y rpestó su consentimiento para instalar en el ámbito del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires una aparato de inteligencia prohibido, del que se habría servido. (…) La conclusión provisoria, en base a los antecedentes relevados, es que el funcionamiento de ese aparato, su actuación y procedimientos de acción, fue avalado y tolerado por el Jefe de Gobierno. Habría habido aquiescencia de parte de Mauricio Macri del proceder de Jorge A. Palacios, lo que lleva a ratificar que ocupó un lugar en la asociación ilícita. Asegurar, como máxima autoridad del estado de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que la matriz del aparato clandestino de inteligencia se instale en su gobierno, se nutra de sus recursos y de tal suerte, pueda funcionar.”

Sólo la amoralidad del imputado y su cohorte de obsecuentes, puede desmerecer la gravedad del hecho endilgado como de la situación procesal consecuente.

No sé, nadie creo que lo sepa, que pasará con el Jefe de Gobierno de la Ciudad, aunque la tiene muy complicada.

Igualmente, y vuelvo al inicio, descreo de maldiciones, brujerías y gualichos, aunque que los hay, los hay.

viernes, 9 de julio de 2010

Al que no le gusta, se jode, se jode.


Hace tiempo que tengo abandonado el espacio y, en parte, movido por cierta experiencia que voy a relatar y a su vez, a pedido de un lúcido amigo seguidor de este blog, vuelvo a la carga.

Les consta que acompaño, aunque con mirada crítica (esto último puesto en duda por, entre otros, el aludido lúcido amigo) al proyecto iniciado en mayo de 2003, en especial, la etapa inaugurada en diciembre de 2007.

He escrito mucho al respecto, aunque subrayo que las razones de ese acompañamiento se sustentan en el salto cualitativo que al sistema democrático significaron estos años, o ciertas medidas basales del proyecto resultantes de una mejor calidad institucional, no obstante sea ese argumento, el de la institucionalidad, el utilizado por los detractores del proyecto para justificar una postura antagónica a la que sostengo.

Medidas de un coraje político inesperado, como la recuperación de los fondos previsionales entonces en manos de buitres especuladores y enajenados del control nacional, entre tantas merecen ser siempre recordadas desde su trascendencia histórica.

Lejos de una enumeración de los valores del proyecto que analizo, computo en su haber, la resurrección de la noción de que la política tiene aptitud y legitimidad para enfrentar a los poderes fácticos a los cuales tributaron buena parte de las administraciones anteriores a 2003 y en esa sintonía la revivificación del sindicalismo como herramienta de reclamo ante tales factores de poder.

Lo dicho se refuerza merced a la excepción internacional que el país ha sido durante 2009, año especialmente cruel para los trabajadores de todo el mundo, cuando mientras que en las naciones centrales se decidían cesantías y despidos y en el mejor de los casos, resignaciones de conquistas laborales seculares, en la Argentina trabajadores y empleadores discutían paritarias.

Aunque no sea relevante, y a medida que cuidadosamente preparo una crítica nacida de una amarga situación vivida, comparto con los amigos que he sido delegado sindical (sigo siéndolo formalmente, nunca me fue revocado el mandato, aunque no puedo ejercer dicha designación con la que fui honrado, al desempeñarme laboralmente en ese ámbito) y siempre he ratificado la necesidad de la participación y acción gremial en todo espacio en el que me he desempeñado laboralmente.

Sin embargo, el hecho que he padecido ayer en el Aeroparque Jorge Newbery, sumado a muchos otros que me han afectado en mi cotidianeidad, motiva esta entrada, que propone censura y reflexión acerca del ejercicio sindical en dosis parejas.

Debería estar escribiendo esta entrada en San Miguel de Tucumán, donde tenía pensado viajar ayer a la tarde, pero el avión nunca salió.

Desde luego que la medida afectó a todos sin excepción: desde boludos que como el suscripto pretendían salir de paseo, empresarios y laburantes que lo hacían por negocios, y desde luego, otros tantos que se movilizaban por cuestiones más impostergables. Por todos, una joven de unos 20 años lloraba con desconsuelo entre las desesperadas gestiones que realizaba telefónicamente para que personal de la funeraria que organizaba el velorio de su madre, no cerraran el ataúd con sus restos, en la esperanza de poder llegar a Córdoba para despedirla.

Golpes bajos al margen, admito que toda medida de fuerza supone trastornos de esta índole, aunque la que comento, además de suponerlas, resalta un desprecio hacia el otro y un temperamento cercano a la perversión sádica.

Por caso, se “reprogramaban” falsa y arteramente los vuelos (que nunca salieron), se nos invitó falsa y arteramente a despechar el equipaje sobre la base de esa artera, falsa y fallida “reprogramación” y luego se nos sometió al maltrato de arrojarnos sobre montañas de equipaje de vuelos varios cancelados con destinos varios para recuperarlos.

Se informó entonces, se sabe ahora por los medios de comunicación, que la medida de fuerza “sorpresiva”, según leemos en la versión digital de Página/12 http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-149166-2010-07-09.html), se debió a una cuestión relativa al escalafón de cierto personal.

Al tratar acerca de la “solución” del conflicto, fruto de la gestión del titular de la Administración Nacional de la Aviación Civil se consigna que: “Durante el encuentro, ‘se evacuaron las dudas que tenía el personal militar y civil vinculadas con el proceso de transferencia y en relación con la estructura escalafonaria de la ANAC’, que depende del Ministerio de Planificación. Voceros gremiales dijeron que los trabajadores reclamaban una modificación en el escalafón establecido por la ANAC, al considerar que no reconoce su antigüedad laboral ni su jerarquía. La medida de fuerza, que comenzó a las 6 de la madrugada y concluyó cerca de las 20, consistió en el aumento del espaciamiento entre las partidas y llegadas de los aviones y afectó a los vuelos de todas las empresas que operan en el aeroparque, mientras que tenía menor adhesión en el aeropuerto de Ezeiza.”

Se dirá que escribo porque he sido afectado directamente y tal vez así sea, sin embargo, propongo la reflexión no ya sobre este hecho puntual, sino sobre un estado de cosas exasperante y tributario de los sectores que proponen un retroceso respecto del avance anotado desde 2003 a la fecha.

Por caso anoto, y me abocaré a un estudio sobre el punto, que en la artera y brutal medida de fuerza que comento, se hallaba involucrado personal militar, según se lee en la nota que transcribo y en otras de sendos sitios de noticias. Dejo abierto a los amigos el abanico de hipótesis conspirativas que quieran elucubrar.

Hablaba de un estado de cosas bastante insoportable en la evocación, por caso, de las crónicas protestas de los trabajadores del subterráneo de Buenos Aires, enrolados en un sindicato emparentado con esa expresión del grueso de los argentinos de ayer, de hoy y de siempre que es el “Partido Obrero” de –no sé cuanto- Altamira.

En ocasión de una medida de fuerza llevada a cabo, un representante sindical y el condigno coro que lo acompañaba, ante laburantes que se enteraban del paro en la boca de acceso misma, quienes les dedicaban alguna puteada legítima contestaban: “Unidad, de los trabajadores y al que no le gusta, se jode, se jode.”

Más allá de subrayar la misantropía de los fulanos y de tantos otros, reflexiono acerca del cariz profético del cantito: nos venimos jodiendo unos cuantos y de seguir por esta senda, nos vamos a joder todos.